Más allá de lo neurológico, el simple acto de acariciar a un gato, escuchar su ronroneo o convivir con su presencia tranquila tiene efectos terapéuticos. Reduce el estrés, promueve la relajación, mejora el ánimo y regula el sistema emocional. En personas que viven solas o en adultos mayores, el impacto positivo puede ser aún mayor.
Y es que los gatos tienen su propio ritmo, su independencia y su forma sutil de demostrar afecto. Pero en ese equilibrio de cercanía y libertad, muchas personas encuentran compañía, rutina y bienestar.
Cuidarlos también es cuidarse. Convivir con un gato no solo hace bien al alma: también puede hacerle bien al cerebro.








