En un movimiento inesperado pero muy estratégico, McDonald’s presentó en Francia su colección limitada de juguetes para perros, bautizada como Happy Doggy. Inspirados en los íconos del Happy Meal —hamburguesas, papas fritas, helados—, estos productos fueron reimaginados como mordedores, pelotas y frisbees adaptados para el juego canino.

Esta iniciativa, que mezcla nostalgia, diseño y tendencia pet-friendly, no es una simple campaña simpática: es una señal del lugar que ocupan hoy las mascotas en el corazón del consumidor. McDonald’s entendió algo clave: quienes crecieron con el Happy Meal ahora comparten su vida —y sus decisiones de consumo— con sus perros.

Para los negocios del rubro pet, esta acción plantea un llamado a repensar el propio catálogo: ¿qué tipo de juguetes ofrecemos? ¿Estamos incorporando productos que despierten emociones, que generen conversación, que tengan una estética o un valor simbólico?

Happy Doggy es el ejemplo perfecto de cómo el diseño y el storytelling pueden integrarse a los productos para mascotas. Y abre una puerta para que los pet shops también exploren líneas más originales, coleccionables, visuales o temáticas. Porque cuando los productos conectan con el vínculo afectivo entre humano y animal, dejan de ser simples objetos: se transforman en experiencias.